En el preciso momento, en que el sol emergía en el horizonte del mar azlante, el escriba supremo abandonó el templo y descendió al valle sin equipaje alguno, sin las insignias de su rango. Un nuevo discípulo había ascendido con éxito los primeros peldaños de la iniciación y quedaba encomendado a su guía. El discípulo, se llamaba Eleuzel de Delphos y su origen se remontaba también a la época milenaria de los hombres-pájaro, los hombres-ele, los hombres-libres que habiendo descendido al planeta del maya se habían prendado he las hijas he los hombres y cohabitado con ellas.
Como otras veces, el Escriba, cuyo nombre no diré, partió acompañando y protegiendo los primeros pasos de quien había recibido la luz en el Gran Templo y sobre la gran colina dorada defendida por cuatro puertas invisibles.
Mientras caminaban juntos, el maestro dijo a su discípulo: "Tomarás la dirección de Oriente y encaminarás tus pasos hacia la patria futura de las pirámides, donde un río nuevo bañará los pies de una nueva raza portadora de la única semilla que no será aniquilada en la séptima generación."
EL discípulo llevaba impreso a fuego en su corazón y en su mente el Gran Libro y los dos libros subsidiarios. Mientras caminaba, en una visión retrospectiva, fue reconociendo cada una de las páginas, numeradas del cero al veintiuno, que le habían sido transmitidas en el idioma milenario, en que era comunicado el verbo a quienes eran hallados dignos de recibir la sabiduría y el poder.
Tres septenarios hacen veintiuno y siete ternarios señalan las siete razas, los siete principios y las siete generaciones. Más importante que la función es el conocimiento y nadie puede bañar su corazón en la sabiduría sí no ha renunciado antes a la vana ciencia de quienes defendieron en el pasado y defenderán en el futuro que saber es poder y poder es triunfar sobre la materia y los semejantes.
Todo es energía y fluye en movimiento constante. Quien pone su mente en las coordenadas verdaderas de tiempo y espacio, entra en comunicación con el gran mar del conocimiento y en él es acrisolado, transmutado y renacido a solas con el Cosmos, la esencia de toda cosa.
Cuando Eleuzel se hubo quedado solo en el camino y su maestro le fue arrebatado. recordó los versos que había escrito un día como apología del Gran Libro:
"Todo se ajusta ineludiblemente al tiempo y al espacio. Lo que en el planeta está sucediendo y va a suceder, ya fue antes de ahora. La gran rueda de doce radios gira ininterrumpidamente y nadie puede detenerla ni detenerse en su movimiento de morir y renacer."
Como otras veces, el Escriba, cuyo nombre no diré, partió acompañando y protegiendo los primeros pasos de quien había recibido la luz en el Gran Templo y sobre la gran colina dorada defendida por cuatro puertas invisibles.
Mientras caminaban juntos, el maestro dijo a su discípulo: "Tomarás la dirección de Oriente y encaminarás tus pasos hacia la patria futura de las pirámides, donde un río nuevo bañará los pies de una nueva raza portadora de la única semilla que no será aniquilada en la séptima generación."
EL discípulo llevaba impreso a fuego en su corazón y en su mente el Gran Libro y los dos libros subsidiarios. Mientras caminaba, en una visión retrospectiva, fue reconociendo cada una de las páginas, numeradas del cero al veintiuno, que le habían sido transmitidas en el idioma milenario, en que era comunicado el verbo a quienes eran hallados dignos de recibir la sabiduría y el poder.
Tres septenarios hacen veintiuno y siete ternarios señalan las siete razas, los siete principios y las siete generaciones. Más importante que la función es el conocimiento y nadie puede bañar su corazón en la sabiduría sí no ha renunciado antes a la vana ciencia de quienes defendieron en el pasado y defenderán en el futuro que saber es poder y poder es triunfar sobre la materia y los semejantes.
Todo es energía y fluye en movimiento constante. Quien pone su mente en las coordenadas verdaderas de tiempo y espacio, entra en comunicación con el gran mar del conocimiento y en él es acrisolado, transmutado y renacido a solas con el Cosmos, la esencia de toda cosa.
Cuando Eleuzel se hubo quedado solo en el camino y su maestro le fue arrebatado. recordó los versos que había escrito un día como apología del Gran Libro:
"Todo se ajusta ineludiblemente al tiempo y al espacio. Lo que en el planeta está sucediendo y va a suceder, ya fue antes de ahora. La gran rueda de doce radios gira ininterrumpidamente y nadie puede detenerla ni detenerse en su movimiento de morir y renacer."
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